El mejor de todos los tiempos
Nadie vivo puede confirmar qué hay más allá de la muerte. En diciembre de 2017, se empezó a estudiar la posibilidad de que el Big Bang no fuese el comienzo del Universo. Si somos buenos o malos por naturaleza todavía está por demostrar. Al lío. Por el mero hecho de no tener respuesta, muchos amantes del deporte rey equiparan todas estas cuestiones a la eterna pugna sobre quién es el mejor jugador de todos los tiempos. Una cuestión que, le pese a quien le pese, se resuelve con un solo nombre.
Aquellos que vieron jugar a Di Stéfano son considerados unos privilegiados. Y con razón. Por suerte, existen cantidad de libros, e incluso hasta alguna pieza de vídeo, que permiten atestiguar lo diferencial que llegó a ser el astro argentino acompañado por Gento, Rial, Santamaría y compañía. Una generación a la que, por cierto, el Real Madrid debe todo lo que es hoy en día. Absolutamente todo. Corrían los años cincuenta y en Chamartín no levantaban una liga desde 1933. Cinco temporadas antes del fichaje que cambiaría la historia de los blancos, el Real Madrid se salvó de descender a Segunda División en el último partido de la temporada frente al Oviedo. Casi nada. La Saeta Rubia se adelantó a su época como todos los genios. Ganó cinco Copas de Europa, marcó más de 350 goles y obtuvo el Súper Balón de Oro. Era el mejor. O eso creían muchos. Otros tantos, pensaban que lo era Pelé.
“Ha sido el único futbolista extraterrestre”, declaró José Macia, su primer socio dentro de un terreno de juego. Aquel niño de 17 años conquistó el planeta de la mano de Garrincha y Nilton Santos en 1958. Llevó a Brasil tres Mundiales. Se dice pronto. Marcó más de 1.000 goles con el Santos. Todo esto; además, en una época en la que el fútbol sudamericano luchaba de tú a tú con el europeo. La eterna duda respecto a Pelé es si hubiera rendido al mismo nivel en el Viejo Continente. Ese, probablemente, sea el factor por el que parte del gremio futbolístico no le sitúa por delante de otras figuras históricas que tuvieron menos éxito en cuanto a cifras se refiere. Como, por ejemplo, la de Diego Armando Maradona.
Aquellos que vieron jugar a Di Stéfano son considerados unos privilegiados. Y con razón. Por suerte, existen cantidad de libros, e incluso hasta alguna pieza de vídeo, que permiten atestiguar lo diferencial que llegó a ser el astro argentino acompañado por Gento, Rial, Santamaría y compañía. Una generación a la que, por cierto, el Real Madrid debe todo lo que es hoy en día. Absolutamente todo. Corrían los años cincuenta y en Chamartín no levantaban una liga desde 1933. Cinco temporadas antes del fichaje que cambiaría la historia de los blancos, el Real Madrid se salvó de descender a Segunda División en el último partido de la temporada frente al Oviedo. Casi nada. La Saeta Rubia se adelantó a su época como todos los genios. Ganó cinco Copas de Europa, marcó más de 350 goles y obtuvo el Súper Balón de Oro. Era el mejor. O eso creían muchos. Otros tantos, pensaban que lo era Pelé.
“Ha sido el único futbolista extraterrestre”, declaró José Macia, su primer socio dentro de un terreno de juego. Aquel niño de 17 años conquistó el planeta de la mano de Garrincha y Nilton Santos en 1958. Llevó a Brasil tres Mundiales. Se dice pronto. Marcó más de 1.000 goles con el Santos. Todo esto; además, en una época en la que el fútbol sudamericano luchaba de tú a tú con el europeo. La eterna duda respecto a Pelé es si hubiera rendido al mismo nivel en el Viejo Continente. Ese, probablemente, sea el factor por el que parte del gremio futbolístico no le sitúa por delante de otras figuras históricas que tuvieron menos éxito en cuanto a cifras se refiere. Como, por ejemplo, la de Diego Armando Maradona.
Una carrera marcada por la inestabilidad que dio comienzo mucho antes de lo previsto. Maradona deslumbró a su primer técnico jugando en un parque. Como un niño cualquiera. A los diez años se incorporó a las categorías infantiles de Argentinos Juniors. Allí empezó la leyenda. Estuvo 136 partidos imbatido junto a sus escuderos, Los Cebollitas. Sin ser todavía un adolescente, su nombre ya era conocido en aquellas canchas que visitaba. De hecho, en ocasiones, su entrenador le inscribía bajo el apellido Montanya para que los rivales no supieran que estaba disponible. Triunfó en Boca, cruzó el charco y llevó su talento a Nápoles, Sevilla y Barcelona. Cruyff, con el que habitualmente se le equipara, fue vital para la idiosincrasia de los culés. Pero, los afortunados que pudieron disfrutar de estos dos genios en estado puro, aseguran que el talento de Maradona iba más allá. Como él mismo dice, qué hubiera sido de su carrera sin tantos excesos. Nunca se sabrá. Esa es la cruda realidad. Once meses después de que Diego tocase la cima del Mundo en el estadio Azteca de México nacía en Rosario otro chico tocado por una varita. Quizá, más potente que la del resto. Lionel Messi.
Cada uno juzga por lo que siente y ve. La primera línea de este texto habla sobre la suerte que tuvieron todos los que vieron jugar a Di Stéfano. Lo mismo ocurre con Pelé, Maradona y Cruyff. Hoy, con la criticada globalización que afecta al fútbol, cualquier persona puede observar la magia que desprende Leo Messi semana tras semana. Hay que ser conscientes de ello.
Cristiano Ronaldo es el mejor rematador de todos los tiempos. El talento de Lío es inalcanzable, para él y para cualquiera. La competitividad innata del portugués le ha permitido pugnar junto a Messi año tras año. Pero, tal y como ocurría con Diego y Johan, el talento de uno va mucho más allá que el del otro. Leo marca la diferencia. Más que ningún otro futbolista tanto actual como histórico. Sea del equipo que sea, un aficionado debe dejarse sorprender por el talento de La Pulguita de Oro. Debe verle en directo siempre que pueda porque al final, de aquí a cincuenta años, seremos recordados como aquellos que disfrutaron del mejor de todos los tiempos. Como aquellos que, en alguna ocasión, vieron jugar a Leo.