La mano de Judas
No, no hemos contactado con Figo para que recree el archiconocido gol de Maradona ante Inglaterra (aunque, pensándolo bien, nos daría un empujón tremendo en redes sociales). La premisa del título queda clara: una mano y un traidor, y se repite cada fin de semana en partidos de todo el mundo.
Todos los días lo vemos desde el sofá: El equipo local lanza un centro, todos los defensas del equipo visitante, comprometidos con su causa y totalmente compenetrados, tiran una imaginaria línea de fuera de juego. Todos menos uno, que se queda descolgado y habilita al atacante rival para que acabe marcando un gol en contra de su equipo. Todas las miradas tienen un objetivo y ninguna es especialmente cordial. Ante esa situación la única salida es utilizar la mano.
Cuando tienes que recurrir a esa mano es porque la has cagado hasta el fondo. No querías serlo, pero, inconscientemente, te has convertido en un traidor. Has dejado vendidos a todos tus compañeros. “Mierda, la he liado”, piensa ese pobre desgraciado, mientras su mano se eleva hasta el cielo pidiendo clemencia. Es una mano que no sabe lo que quiere evidenciar, una mano impulsiva, el último cartucho hacia la salvación del alma de un Judas que no quiere cargar con el peso de un fatídico despiste.
La mano no sirve para nada en la inmensa mayoría de casos. Muy pocos han sido capaces de burlar las autoridades arbitrales con esa artimaña. Los que lo logran (los menos), encuentran la redención suplicada por la bendita mano. Los que fracasan (los más) quedan vagando, como parias, preguntándose por qué ni siquiera la dichosa mano ha sido capaz de perdonarles.
La mano no sirve para nada en la inmensa mayoría de casos. Muy pocos han sido capaces de burlar las autoridades arbitrales con esa artimaña. Los que lo logran (los menos), encuentran la redención suplicada por la bendita mano. Los que fracasan (los más) quedan vagando, como parias, preguntándose por qué ni siquiera la dichosa mano ha sido capaz de perdonarles.