Las venas abiertas de los Balcanes
El mundo nunca aprenderá a separar lo maravilloso del fútbol de lo putrefacto que salpica la política. Dieciocho años después del final de la guerra de los Balcanes, todavía existen reticencias y rencores que no permiten cortar una hemorragia que está llegando demasiado lejos
Miguel Cañas Pardo 'Coke'
“No hay ningún país que se haya beneficiado por guerras prolongadas”, escribió Sun Tzu en tiempos de antes de Cristo. Puede parecer obvio, en las guerras no hay un vencedor, sino un menor perdedor; pero, a día de hoy, todavía quedan descerebrados que elevan la guerra al estatus de arte y manchan con la sangre de la misma las verdaderas expresiones artísticas. En este caso, el fútbol. Veinte años distan desde que comenzase el Siglo XXI, con sus maravillas tecnológicas y su incipiente aire de progresismo, pero hay personas que siguen pensando que por tener una nacionalidad concreta son superiores a otras, que los pueden dominar.
El título de esta pieza es una acomodación del archiconocido libro del maestro uruguayo Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina”. Y entre sudamericanos queda inscrito: “El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental (…) Uno se siente parte de muy poca gente” fueron líneas de guion de “Martín (Hache)”, película hispano-argentina de 1997, y no estaría mal que quedasen grabadas en la memoria de todo aquel que eleva su estatus de español, francés, alemán o serbio por encima de cualquier otro gentilicio.
Son estos últimos los que se empeñan en demostrar que esas “venas” sobre las que escribía Galeano siguen abiertas y borboteando sangre de anhelo de un territorio mayor que se ha descompuesto. El pasado 7 de junio, en Podgorica, Montenegro y Kosovo se daban cita en un partido de la previa clasificatoria a la Eurocopa de 2020, un partido que Serbia había perdido desde antes del pitido inicial. El territorio montenegrino formaba una confederación con el serbio hasta el referéndum que les dio la autonomía política en 2006, mientras que Kosovo perteneció a la propia Serbia hasta 2008, cuando decidió independizarse de manera unilateral.
El título de esta pieza es una acomodación del archiconocido libro del maestro uruguayo Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina”. Y entre sudamericanos queda inscrito: “El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental (…) Uno se siente parte de muy poca gente” fueron líneas de guion de “Martín (Hache)”, película hispano-argentina de 1997, y no estaría mal que quedasen grabadas en la memoria de todo aquel que eleva su estatus de español, francés, alemán o serbio por encima de cualquier otro gentilicio.
Son estos últimos los que se empeñan en demostrar que esas “venas” sobre las que escribía Galeano siguen abiertas y borboteando sangre de anhelo de un territorio mayor que se ha descompuesto. El pasado 7 de junio, en Podgorica, Montenegro y Kosovo se daban cita en un partido de la previa clasificatoria a la Eurocopa de 2020, un partido que Serbia había perdido desde antes del pitido inicial. El territorio montenegrino formaba una confederación con el serbio hasta el referéndum que les dio la autonomía política en 2006, mientras que Kosovo perteneció a la propia Serbia hasta 2008, cuando decidió independizarse de manera unilateral.
Esa declaración de independencia hirió de muerte a los nacionalistas serbios, ya que la circunscripción kosovar, pese a contar en la actualidad con mayoría albanesa, lleva consigo un gran acervo cultural e histórico ligado a la población serbia. El gobierno serbio consideró insolvente e ilegítima la declaración de independencia y se niega a reconocer a Kosovo como estado una década después. 112 países reconocen la República de Kosovo como país, entre ellos Montenegro y Albania.
En los últimos años, debido al apoyo albanés a la independencia kosovar, la tensión entre serbios y albaneses se ha ido fermentando mediante sucesos acontecidos en partidos de fútbol. El primero y más notorio fue el tristemente célebre “Partido de los Drones” de 2014. Serbia y Albania se enfrentaron y, en mitad del partido, un dron con la bandera de la “Gran Albania” sobrevoló el estadio. El serbio Mitrovic lo interceptó y los jugadores albaneses lo asaltaron en defensa de su bandera. El partido tuvo que ser suspendido y el escándalo dio la vuelta al mundo.
Cuatro años después, en el Mundial de Francia, Serbia y Suiza se enfrentaron en la fase de grupos. Fue el mismo Mitrovic el que abrió el marcador para los serbios, pero Xhaka y Shaqiri, de orígenes albanés y kosovar, dieron la vuelta al marcador con idéntica celebración: Juntaron las manos para formar la silueta de un águila bicéfala, símbolo nacional de Albania que se encuentra en su bandera. Además, Shaqiri jugó el partido con la bandera de Kosovo serigrafiada en su bota.
La última representación de la tensa situación política de los Balcanes se dio con la no convocatoria del propio Shaqiri para disputar el Estrella Roja - Liverpool de Champions. El suizo, de origen albanokosovar, no viajo con el equipo porque no se podía garantizar su seguridad en territorio serbio, similar a lo sucedido con el armenio Mhkitaryan en la final de la Europa League en Azerbaiján.
Volviendo al Montenegro - Kosovo; puesto que ambos territorios fueron otrora serbios, cabía la posibilidad de que el partido fuese un duelo anti-Serbio en toda regla, pero pocas horas antes de empezar saltó la noticia de la vergüenza: Por presiones ultras desde Serbia, el seleccionador de Montenegro Ljubisa Tumbakovic -de nacionalidad serbia, histórico del Partizan- y los jugadores Marko Ivancic y Filip Stojkovic -de ascendencia serbia y jugadores del Estrella Roja- se negaban a dirigir y jugar el partido. Como era de esperar, la federación montenegrina destituyó de inmediato al seleccionador.
Mientras tanto, Miodrag Djudovic se hizo cargo de dirigir a los seleccionados -entre los que se encontraban Marusic, Savicevic y Simic, también de ascendencia serbia-. El referéndum de 2006 dio la mayoría a los separatistas, pero todavía existe un sector de la población montenegrina que votó en contra de la disgregación, se considera serbio y, por tanto, anti-kosovar.
Y, entre tanto revuelo, tanto nacionalismo infecto y tanto escándalo, un montenegrino tenía algo que contar. Fatos Beqiraj, con el 11 a la espalda y el brazalete de capitán de Montenegro bien ceñido al brazo, nació en Kosovo en el seno de una familia albanesa, con 21 años se mudó a Montenegro para continuar su carrera como futbolista y la selección lo llamó. Nadie sabe si entiende a su ya exseleccionador o si le repugna su decisión, lo único que sabe el mundo es que fue el primero en quitarse la camiseta para intercambiarla con Rashica, autor del gol de Kosovo y estrella de la selección, mientras sus compañeros de origen serbio se marchaban a la carrera a los vestuarios para evitar ese incómodo trámite ante unos jugadores que juegan para un país que no reconocen.
Mientras tanto, lejos de Podgorica, donde la vergüenza había emborronado un partido entre una selección dividida y otra oprimida, Serbia caía por goleada ante la Ucrania de Shevchenko con un 5-0 que los deja últimos de grupo. Mientras, montenegrinos y kosovares repartían la alegría de la libertad con un 1-1 que les invita a seguir luchando. Justicia poética, supongo.