No quiero ser eco pasajero
Olatz Zeberio
Y ahora, con demasiados frentes abiertos – convenios, formatos, nuevas ligas, guerras cruzadas, derechos televisivos e intereses económicos en juego – cruza por mi cabeza algunos de los fotogramas de esta temporada 2018-2019 que está a punto de bajar el telón. En casi todos ellos se repite la misma escena: derbis, partidos de renombre, colas de gente formadas por familias, de cuadrillas en las inmediaciones de Estadios de Fútbol, no de Ciudades Deportivas. Sí, de territorio inhóspito e ignoto hecho campo para las mujeres futbolistas hasta ahora. Mi memoria no se detiene, las fotografías se suceden, mi boca sonríe con el recuerdo, ahora me asaltan las crónicas de aquellos días, la de los diarios y medios de comunicación, esas que anunciaban con gozo y orgullo "Historia: primer partido femenino en tal Campo ", "Nuevo récord de asistencia en tal Estadio" "Récord mundial de asistencia". Y entonces, esa visión ilusoria se desvanece porque una vez pasada la novedad, el ese algo de lo que presumir esos mismos medios - con sus honrosas excepciones - las relegan de nuevo al ostracismo informativo. Adiós a entrar en su agenda setting. Sí, el fútbol masculino es el rey en este país. Sin embargo, el femenino - a pesar de ser el segundo deporte colectivo que cuenta con más licencias (únicamente superado por el baloncesto) - no llega ni a "princesa". Ni en la calle ni en los medios. Tampoco lo hace el baloncesto.
Y mi temor se hace presente, será realidad o esas jornadas de jolgorio, alegría y exaltación se convertirán en el eco del fútbol femenino. Ese grito en medio de una cumbre conquistada donde se desata la adrenalina por lo conseguido, que resuena en el cielo y tierra, con ese efecto de omnipresencia, de Dios(a) inmortal pero que tal y como llegó, se alzó, retumbó, se desvaneció y se perdió en la inmensidad. No quiero que ellas sean las integrantes de un eco. No quiero que la cita con el fútbol femenino sea puntual. No quiero que como si de un peinado a lo garçon o de una chaqueta con hombreras se tratase el fútbol femenino sea una moda. Quiero que paso a paso, se convierta en filosofía, en religión. Que acudir a los templos deportivos en femenino se erija en cita a la oración, a la reunión social y en comunión apasionada como sucede con sus homólogos masculinos.
Y yo me pregunto, ¿Y ahora qué? ¿Qué sucede después de esas luces de Bohemia? Si tal y como la nueva campaña de La Liga reza todos son futbolistas, sin distinción genérica… ¿Tendrán ellas la posibilidad de progresar y profesionalizarse (al menos en este aspecto) y que sus actuales "casas" se conviertan únicamente en su lugar de prueba y ensayo y su "regalo" en sus "casas"? Su condición y su categoría lo acreditan.
Y no lo neguemos, si realmente se busca potenciarlas y sobre todo visibilizarlas es más fácil hacerlo en Estadios que en Ciudades. Esas en las que en las últimas semanas han visto acrecentada su afluencia de público e incluso, como se ha podido ver en el caso de la Real Sociedad, estén comenzando a crear sus pequeñas gradas jóvenes de animación. Esos nuevos aficionado/as que deben ser cuidados. La razón parece aparentemente simple, los primeros son accesibles, los segundos necesitan de más medios para poder llegar a ellos en unos horarios que en muchas ocasiones tampoco acompañan. Algunos dicen que por la ley del mercado. Pero si los clubs diesen ese pasó, ¿Sería viable que un recinto deportivo cuyo factor determinante es el césped natural pudiese albergar a dos equipos profesionales durante el año futbolístico?
Obviando las mil objeciones y condicionantes que pudiesen surgir, la respuesta es afirmativa. Los ejemplos se suceden a lo largo y ancho del mapa balompedístico. Algunos de los más conocidos los encontramos en el país transalpino. San Siro o Giusseppe Meazza. Dos equipos, dos aficiones, dos historias, dos nombres, mismo campo. O el Olímpico de Roma que se divide indistintamente entre jornadas amarillarojas vibrando con y por la A.S. Roma y días blanquicelestes agitándose con y por la S.S. Lazio. Pero no hace falta acudir a Italia, en territorio español el nuevo Estadio Las Gaunas (sí, el mítico pero en su versión 2.0) ha empezado a dibujar el camino. En la primavera-verano de 2018 se fraguó el primer ascenso a la máxima categoría del EDF Logroño. Las mujeres se estrenarían en la cúspide en setiembre y ellas, sí las mujeres, querían competir en Las Gaunas. No de visita, sino adueñarse de ese rectángulo de 104x66 y esas casi dieciséis mil localidades que lo componen. Pero en ese campo cohabitaban UD Logroñés y SD Logroñes de Segunda División B y Tercera División respectivamente. Tres eran multitud y finalmente SD Logroñés salió de la ecuación. Ellas eran y son de Primera y se respetó su condición. Su ejemplo quedará y parece que algunos más se sumarán. El primero que lo está planteando, el Athletic Club de Bilbao para quien albergar hipotéticamente a dos conjuntos en el Nuevo San Mamés no sería una novedad. Ya lo hizo cuando tanto su primer equipo como su filial jugaron en La Catedral en la 2015-2016. La mecha parece haberse encendido.
Pero entonces, al imaginar ese hipotético escenario de convivencia entre equipos masculinos y equipos femeninos me aflora la cuestión económica. Hasta el momento, las entradas de estos partidos han tenido un precio irrisorio o incluso gratuito que ha ayudado también a tener una gran respuesta del público. Ellas – vía club – merecen y tienen el derecho a lograr también rédito económico y ésta es una de las opciones pero ¿será posible encontrar el equilibrio entre afición e ingresos? Una armonía de la que Alemania es ejemplo y que si bien no se aplica en la Liga Santander, quizá sí podría lograrse con éxito en la todavía incipiente Liga Iberdrola. Al menos ese es mi temor pero también mi esperanza. Una simetría económico-social que satisfaga a todos y cautive a la parroquia.
En fin, no quiero que lograr jugar en el Camp Nou, RCDE Stadium (próximamente), étc. o haberlo hecho ya en Anoeta, San Mamés, El Sadar, Benito Villamarín, Ciutat de Valencia y un largo etcétera se convierta en uno de esos videojuegos de plataformas en las que abrir un nuevo campo sea como superar simplemente un reto o pasar un nivel. No quiero que el fútbol femenino – más allá de lo que suceda en el campo – se convierta en un juego. No quiero efímera subida a los cielos para ser descendida del Olimpo. Quiero compromiso y futuro. Corre tiempo decisivo. Definitivamente, no quiero ser eco pasajero sino reincidencia perenne.