No sabemos jugar al fútbol
No vengo a hablar de actualidad. Sí me aprovecho de ella y saco a la palestra las palabras de Marcelo en zona mixta tras el triunfo del Madrid ante el Viktoria Plzen, evocadoras del más viejo pesar de la profesión periodística. “Los periodistas vais a hacer daño, seguramente nos tenéis envidia porque no sabéis jugar al fútbol’’. Pam. Marcelo, has metido el dedo en la llaga más infectada, cojonera y honda de un periodista deportivo.
Hay un hecho en este gremio capaz de unir a las posturas más enfrentadas. El peso de esta máxima es tal que tipos como Supergarcía o De La Morena dejarían a un lado sus diferencias y se abrazarían en busca de consuelo mutuo. Somos futbolistas fracasados, y esto es una verdad tan absolutamente absoluta que podría considerarse como el principio de existencia de un periodista deportivo. De hecho, la primera actividad grupal que hice como estudiante primerizo de periodismo -dejando a un lado la borrachera protocolaria de bienvenida- fue jugar al fútbol con mis nuevos amigos para confirmar que estábamos donde nos merecíamos: en un aula.
He estado un par de veces ante Marcelo, todas en el Santiago Bernabéu. Su presencia rehúsa de transmitir vibraciones negativas. No habla con orgullo y sabe medir las frases palabra a palabra. Además, su peinado singular y su excéntrico tono de voz le hace un personaje inédito, de los que siempre caen bien. Pero ahora se ha equivocado. La relación periodista-jugador es recíproca, y ninguno existiría sin la presencia del otro. Marcelo estaba protestando porque la prensa le recordaba que se habían tirado ocho largas horas sin celebrar un mísero gol. El recuerdo tiene ápices de dolor y, en este caso, Marcelo se ha desahogado a través de los micros después de que los periodistas le dieran el diagnóstico de su Madrid. Al lateral solo le faltó reprocharles a los presentes que no podían ejercer críticas porque nunca se han vestido de corto de manera profesional. Un despropósito.
Hay un hecho en este gremio capaz de unir a las posturas más enfrentadas. El peso de esta máxima es tal que tipos como Supergarcía o De La Morena dejarían a un lado sus diferencias y se abrazarían en busca de consuelo mutuo. Somos futbolistas fracasados, y esto es una verdad tan absolutamente absoluta que podría considerarse como el principio de existencia de un periodista deportivo. De hecho, la primera actividad grupal que hice como estudiante primerizo de periodismo -dejando a un lado la borrachera protocolaria de bienvenida- fue jugar al fútbol con mis nuevos amigos para confirmar que estábamos donde nos merecíamos: en un aula.
He estado un par de veces ante Marcelo, todas en el Santiago Bernabéu. Su presencia rehúsa de transmitir vibraciones negativas. No habla con orgullo y sabe medir las frases palabra a palabra. Además, su peinado singular y su excéntrico tono de voz le hace un personaje inédito, de los que siempre caen bien. Pero ahora se ha equivocado. La relación periodista-jugador es recíproca, y ninguno existiría sin la presencia del otro. Marcelo estaba protestando porque la prensa le recordaba que se habían tirado ocho largas horas sin celebrar un mísero gol. El recuerdo tiene ápices de dolor y, en este caso, Marcelo se ha desahogado a través de los micros después de que los periodistas le dieran el diagnóstico de su Madrid. Al lateral solo le faltó reprocharles a los presentes que no podían ejercer críticas porque nunca se han vestido de corto de manera profesional. Un despropósito.
El fútbol es un deporte tan generoso que deja que su propio estudio se pueda realizar sin pisar ni un metro cuadrado de césped. Sin embargo, la comunicación es una señora caprichosa a la que no le gusta la monotonía y que siempre pide más que da y que requiere una práctica asidua. Por eso, el comunicador tiene la potestad de opinar sobre fútbol, cuyo conocimiento se puede absorber sentado en un escritorio y bebiendo cerveza. Y no, no es necesario que el mejor tertuliano de la Sexta Noche haya sido político. Tampoco que el mejor crítico de cine se haya enfrentado a ningún proscenio.
Al final todo desemboca en el respeto a las disciplinas y en la conciencia de cada individuo. Se le olvida a Marcelo que en estos tiempos de influencia barata los jugadores tienen un altavoz tan grande como peligroso. También desatiende a todas aquellas ocasiones en las que futbolistas de su círculo han opinado de política sin haberse leído un periódico en mucho tiempo. Últimamente las televisiones le han pillado el gusto a engalanar con un traje a un ex jugador frente a cámara y, como si se diera una concepción por obra y gracia del espíritu santo, pretenden que dentro del susodicho nazca un comunicador nato que revolucione el arte de transmitir con un lenguaje prodigioso. No. Y aquí está la clave: es una falta del respeto al periodismo colocar a un retirado por el simple hecho de ser eso, un retirado.
Marcelo no debe olvidar que los que le echan en cara las malas rachas son los mismos que relatan las noches mágicas de fervor madridista. Reconozco que lleva razón. Sí le tenemos envidia por estar viviendo el sueño de muchos y la vida de muy pocos. Pero eso no cambiará las ocho horas sin marcar.
Al final todo desemboca en el respeto a las disciplinas y en la conciencia de cada individuo. Se le olvida a Marcelo que en estos tiempos de influencia barata los jugadores tienen un altavoz tan grande como peligroso. También desatiende a todas aquellas ocasiones en las que futbolistas de su círculo han opinado de política sin haberse leído un periódico en mucho tiempo. Últimamente las televisiones le han pillado el gusto a engalanar con un traje a un ex jugador frente a cámara y, como si se diera una concepción por obra y gracia del espíritu santo, pretenden que dentro del susodicho nazca un comunicador nato que revolucione el arte de transmitir con un lenguaje prodigioso. No. Y aquí está la clave: es una falta del respeto al periodismo colocar a un retirado por el simple hecho de ser eso, un retirado.
Marcelo no debe olvidar que los que le echan en cara las malas rachas son los mismos que relatan las noches mágicas de fervor madridista. Reconozco que lleva razón. Sí le tenemos envidia por estar viviendo el sueño de muchos y la vida de muy pocos. Pero eso no cambiará las ocho horas sin marcar.