Nuestro fútbol: pasión y sentido de pertenencia
No se ha dicho pocas veces el tópico de: “Podrás cambiar de partido político o de pareja, pero jamás de equipo de fútbol”. El sentido de pertenencia lleva ligado al fútbol desde su nacimiento pero con los años y su, lógica, evolución parece que, en sus aficionados, se ha visto incrementado
Dani Hernández
Nuestro club
Son varios los casos de clubes ligados a su ciudad, barrio y a su gente. Según Albert Esteban, psicólogo, la inclusión social incrementa la calidad de vida de cualquier persona y, en el fútbol, ésto se da de la misma forma. El sentirse parte de una comunidad es tan importante para los aficionados a un club como para el propio club a su lugar de origen. Como seres sociales que son, los aficionados, buscan bienestar y compartir emociones, sentimientos, motivaciones, objetivos e intereses con el fin de sentirse integrados a la comunidad. Asimismo, los clubes pasan a ser una representación, en el mundo del deporte, de muchos de los valores de su lugar de origen. El Rayo Vallecano, el Sankt Pauli, el Chelsea o el Chievo Verona son ejemplos de clubes con un fuerte arraigamiento a sus barrios, cuyos aficionados son vecinos del estadio y cuyas ideologías suelen ir de la mano. Los grandes clubes, de gran masa social y globalizados, han perdido, con la modernización del fútbol, ese sentido de pertenencia a su zona, siendo más difícil compartir sentimientos e ideas con sus aficionados. En estos casos, son otros los motivos que les unen, como por ejemplo, los éxitos.
Nuestros jugadores
Precisamente uno de los equipos “de barrio” fue protagonista de una anécdota histórica que va en contra de todo sentimiento de pertinencia. Tras siete años de Premier League, en 1999 y, más concretamente en un dia tan inglés como el Boxing Day, el Chelsea presentaba por primera vez en la história del campeonato, un once sin ningún jugador británico. Gianluca Vialli, alineó frente al Southampton a un holandés, un español, tres italianos, dos franceses, un brasileño, un rumano, un uruguayo y un noruego, por supuesto, ninguno de ellos era canterano. Y todo ésto, frente a un Stamford Bridge caracterizado por tener sectores profundamente nacionalistas y racistas. La situación, que se ha repetido otras veces posteriormente, supuso un choque de sentimientos entre lo que empezaba a significar el fútbol moderno frente a lo que había significado hasta entonces el Chelsea, aquel equipo inglés, de barrio, tradicional y fiel a la ideología de sus vecinos y aficionados. Hoy día, aquél mismo club lo dirige un ruso, Roman Abramovich, y cuenta con uno o dos jugadores titulares ingleses (como mucho).
Nuestro estadio
Del Vicente Calderón al Wanda Metropolitano, de Boleyn Ground al London Stadium, de Highbury al Emirates... Los aficionados, que en el horizonte atisban estadios modernos y con capacidad para más espectadores, suelen ir de la mano de la nostalgia por sus antiguos feudos. Unas gradas ligadas a la historia de su club, rebosantes de memorias y donde quedan atrapadas cientos de voces gritando gol y cientos de lágrimas por cada derrota.
Según Albert Esteban, cualquier lugar que ha permitido experimentar sensaciones y ha provocado sentimientos deja huella en los individuos. El cambio, sea hacia bien o hacia mal, suele relacionarse con la pérdida y la pérdida se suele percibir como algo negativo. Así que ese sentimiento de añoranza es por culpa de dicho vínculo. La mezcla entre ilusión y tristeza de cara a una mudanza, a un cambio de estadio, refleja esa transición entre el pasado y el futuro del club, entre el fútbol de toda la vida y el moderno. Un sentimiento de cambio de identidad frente al sentido de pertenencia a unas hectáreas que han visto a abuelos y abuelas, padres y madres, hijos e hijas disfrutar del juego de su equipo durante años.
Son varios los casos de clubes ligados a su ciudad, barrio y a su gente. Según Albert Esteban, psicólogo, la inclusión social incrementa la calidad de vida de cualquier persona y, en el fútbol, ésto se da de la misma forma. El sentirse parte de una comunidad es tan importante para los aficionados a un club como para el propio club a su lugar de origen. Como seres sociales que son, los aficionados, buscan bienestar y compartir emociones, sentimientos, motivaciones, objetivos e intereses con el fin de sentirse integrados a la comunidad. Asimismo, los clubes pasan a ser una representación, en el mundo del deporte, de muchos de los valores de su lugar de origen. El Rayo Vallecano, el Sankt Pauli, el Chelsea o el Chievo Verona son ejemplos de clubes con un fuerte arraigamiento a sus barrios, cuyos aficionados son vecinos del estadio y cuyas ideologías suelen ir de la mano. Los grandes clubes, de gran masa social y globalizados, han perdido, con la modernización del fútbol, ese sentido de pertenencia a su zona, siendo más difícil compartir sentimientos e ideas con sus aficionados. En estos casos, son otros los motivos que les unen, como por ejemplo, los éxitos.
Nuestros jugadores
Precisamente uno de los equipos “de barrio” fue protagonista de una anécdota histórica que va en contra de todo sentimiento de pertinencia. Tras siete años de Premier League, en 1999 y, más concretamente en un dia tan inglés como el Boxing Day, el Chelsea presentaba por primera vez en la história del campeonato, un once sin ningún jugador británico. Gianluca Vialli, alineó frente al Southampton a un holandés, un español, tres italianos, dos franceses, un brasileño, un rumano, un uruguayo y un noruego, por supuesto, ninguno de ellos era canterano. Y todo ésto, frente a un Stamford Bridge caracterizado por tener sectores profundamente nacionalistas y racistas. La situación, que se ha repetido otras veces posteriormente, supuso un choque de sentimientos entre lo que empezaba a significar el fútbol moderno frente a lo que había significado hasta entonces el Chelsea, aquel equipo inglés, de barrio, tradicional y fiel a la ideología de sus vecinos y aficionados. Hoy día, aquél mismo club lo dirige un ruso, Roman Abramovich, y cuenta con uno o dos jugadores titulares ingleses (como mucho).
Nuestro estadio
Del Vicente Calderón al Wanda Metropolitano, de Boleyn Ground al London Stadium, de Highbury al Emirates... Los aficionados, que en el horizonte atisban estadios modernos y con capacidad para más espectadores, suelen ir de la mano de la nostalgia por sus antiguos feudos. Unas gradas ligadas a la historia de su club, rebosantes de memorias y donde quedan atrapadas cientos de voces gritando gol y cientos de lágrimas por cada derrota.
Según Albert Esteban, cualquier lugar que ha permitido experimentar sensaciones y ha provocado sentimientos deja huella en los individuos. El cambio, sea hacia bien o hacia mal, suele relacionarse con la pérdida y la pérdida se suele percibir como algo negativo. Así que ese sentimiento de añoranza es por culpa de dicho vínculo. La mezcla entre ilusión y tristeza de cara a una mudanza, a un cambio de estadio, refleja esa transición entre el pasado y el futuro del club, entre el fútbol de toda la vida y el moderno. Un sentimiento de cambio de identidad frente al sentido de pertenencia a unas hectáreas que han visto a abuelos y abuelas, padres y madres, hijos e hijas disfrutar del juego de su equipo durante años.
Nuestro orgullo
El 3 de febrero de 2016 el Valencia perdía 7-0 en Mestalla frente al Barça en el partido de semifinales de Copa del Rey. El equipo entrenado entonces por Gary Neville fue despedido de la ciudad deportiva de Paterna con gritos de “Jugadores mercenarios” y con golpes en sus coches, propinados por un grupo de aficionados que tildó de ridícula la actuación che. Este es solo un ejemplo de aficiones que, frente a lo que consideran como deshonra de sus jugadores a el club de sus amores, actúan con una pasión, en muchas ocasiones, desmedida. No aceptan que nadie manche el nombre de su equipo y se sienten (acertadamente) parte activa de su camino hacia la deriva. Cuanto más vinculado se siente un aficionado a su club más se hará como propios los resultados del equipo, más humillado se sentirá hacia las derrotas y más afortunado y triunfador ante las victorias.
La violencia, en este caso, va más allá del sentido de pertenencia, formando parte de la educación y de la forma de ser y actuar de cada uno frente a situaciones de fuertes decepciones. En este sentido hablar de ultras, por ejemplo, supone hablar de individuos que viven el fútbol cada uno a su forma pero que, en ningún caso, representan el actuar de toda una afición. Tal como nos dice Albert Esteban, el grupo, en este caso la afición (y más concretamente su facción más violenta) se agrupa, casi como individuo, compartiendo pasión, actitudes, forma de actuar y de pensar. Éste, frente a otro individuo (jugador o cualquier estamento del club) puede sentir los mismos efectos que en una pareja dentro de una relación tóxica, es decir, baja autoestima, indefensión, cansamiento emocional, ansiedad, síntomas de depresión y, en sus casos más extremos, violencia.
Nuestra cantera
En ocasiones, se tiene la sensación de que a los canteranos se les dan más oportunidades que a los demás solo por el hecho de estar formados en casa. En cierta parte parece lo lógico. El proteger a uno de los tuyos está en lo más básico de la naturaleza del ser humano. Los canteranos, al fin y al cabo, son deportistas que han crecido y se han desarrollado y formado dentro de las normas, roles e ideas del club. En este caso se les ve como a un igual, sintiendo una profunda simpatía, empatía y, como no, vinculación completa y absoluta con ese amor común hacia el escudo y los colores. Así pues, los jóvenes de la cantera son el espejo de los más pequeños y los anhelos de los más mayores, cumpliendo el sueño de todo amante del fútbol y, en concreto, de todo amante del club. Además, todo canterano es considerado como un activo importantísimo para el futuro de la institución. De ellos depende, en gran parte, la continuidad de los éxitos. Y cuando se consiguen, el orgullo parece mayor. Todos recordamos el Barça de Pep, un equipo histórico, entrenado por un canterano del club y en el que sus once titulares estaban plagados de jugadores de la Masía. Los que habitamos en zonas, mayoritariamente, dominadas por el barcelonismo vivimos de primera mano ese orgullo por la cantera, ese “hemos ganado el sextete y con jugadores de casa” ese “la cartera del Real Madrid no puede con la cantera del Barça”. Más allá de los títulos (que también) los culés vacilaban de jugadores de casa que, en esos momentos, eran de los mejores del mundo.
Pero las traiciones, la deshonra o simplemente las decepciones también se viven con los canteranos y, sin duda, con mayor pasión. Se les pide estar a la altura del equipo que le ha criado y cuando se terminan las oportunidades, la presión y el castigo que cae sobre ellos es mucho mayor al de cualquier otro futbolista. “No vale para el equipo”, “se nos ha acabado la paciencia con él”, “un lacito y que lo vendan” son las típicas frases que el aficionado le dedica a un canterano al que no le han salido bien las cosas al llegar al primer equipo. Del amor al odio hay un paso y, cuando la pasión aflora en el mundo del fútbol, nadie se salva de ello.
Sin duda, nuestro fútbol, consigue llevarnos a extremos emocionales inalcanzables por muchos elementos de nuestras vidas. Cualquier movimiento del club o de los jugadores provoca efectos directos en los aficionados. Derramando lágrimas o esbozando sonrisas, este deporte, consigue satisfacer los deseos más primarios del ser humano. Pero como en cualquier relación, la toxicidad debe desaparecer. Siendo autocríticos, los aficionados al fútbol, debemos reeducarnos por el bien del deporte, de la deportividad y por respeto a lo que más amamos.
Nuestro fútbol es, ante todo, nuestro.