Paciencia, che
En una época en la que la inmediatez dirige a la sociedad y, por ende, a todos los individuos, colectivos y estamentos que la forman, un proyecto, el de Marcelino García Toral, ha necesitado de paciencia para conseguir lo impensable
Una buena primera campaña de Marcelino García Toral a los mandos del club, un (teórico) buen verano en cuanto a fichajes, una plantilla mejorada y la mejor versión de los jugadores clave del equipo. En pretemporada todo llevaba a pensar en que el objetivo “Clasificarse para la Champions” quedaba corto visto el potencial del equipo. La afición rebosaba de euforia ante un centenario que apuntaba a épico y glorioso. Muy Valencia todo, muy de los Valencia que han pasado a la historia. Hasta que apareció el empate.
Pocos creían (o creíamos) que el principal objetivo del Valencia, esta temporada, iba a cumplirse después de varias jornadas. El equipo deambulaba por las últimas posiciones de la tabla. Si miramos la clasificación de la cuarta jornada deberemos poner nuestros ojos en la posición 18 para encontrar lo que parecía que era el Valencia. Falta de gol, pequeños errores defensivos que condenaban al equipo, malestar en Mestalla, decepción y ganas de tirar el proyecto por la borda. Eso no era lo que pretendía gran parte de la afición. Los de Marcelino no perdían partidos, pero tampoco los ganaban. El Valencia se abonó al empate y eso, cuando ves que tus principales rivales se alejan, dejan en la afición un sabor muy amargo.
Pero esta vez parecía distinto. Se contó hasta diez. Se pensó fríamente y se ha acabado acertando. Muchos otros proyectos alrededor del continente fraguaron. Las decepciones o la falta de convicción fueron motivos de peso para el cese de varios entrenadores. Y lo normal, en otra temporada, en otro contexto, hubiera sido que, en Valencia, ocurriera lo mismo. La afición che, que muchas veces es motivo de burla por su impaciencia y su ímpetu queriendo echar a entrenadores con el clásico “¡(inserte nombre aquí), vete ya!”, esta vez se comportó de forma muy distinta. Fueron unos pocos reductos valencianistas los que generaban un runrún incómodo en la grada, pero no suficiente como para dictar sentencia.
Así como la ansiedad de títulos muchas veces invaden los estadios, también pasa en las oficinas, donde los directivos; con hambre de resultados, con ganas de agradar al aficionado, con la labor de sacar adelante una empresa al fin y al cabo, acaban tomando decisiones precipitadas, terminando proyectos de forma prematura sin pensar en el largo plazo. Muchas veces empezar de cero parece ser la mejor solución. En Mestalla, esta temporada, tampoco se ha visto a altos mandos dudar del entrenador. La directiva confiaba en Marcelino, en su staff y en la plantilla. Y lo hacían mucho más que la grada. Ésta muestra hacia el equipo fue determinante.
Pocos creían (o creíamos) que el principal objetivo del Valencia, esta temporada, iba a cumplirse después de varias jornadas. El equipo deambulaba por las últimas posiciones de la tabla. Si miramos la clasificación de la cuarta jornada deberemos poner nuestros ojos en la posición 18 para encontrar lo que parecía que era el Valencia. Falta de gol, pequeños errores defensivos que condenaban al equipo, malestar en Mestalla, decepción y ganas de tirar el proyecto por la borda. Eso no era lo que pretendía gran parte de la afición. Los de Marcelino no perdían partidos, pero tampoco los ganaban. El Valencia se abonó al empate y eso, cuando ves que tus principales rivales se alejan, dejan en la afición un sabor muy amargo.
Pero esta vez parecía distinto. Se contó hasta diez. Se pensó fríamente y se ha acabado acertando. Muchos otros proyectos alrededor del continente fraguaron. Las decepciones o la falta de convicción fueron motivos de peso para el cese de varios entrenadores. Y lo normal, en otra temporada, en otro contexto, hubiera sido que, en Valencia, ocurriera lo mismo. La afición che, que muchas veces es motivo de burla por su impaciencia y su ímpetu queriendo echar a entrenadores con el clásico “¡(inserte nombre aquí), vete ya!”, esta vez se comportó de forma muy distinta. Fueron unos pocos reductos valencianistas los que generaban un runrún incómodo en la grada, pero no suficiente como para dictar sentencia.
Así como la ansiedad de títulos muchas veces invaden los estadios, también pasa en las oficinas, donde los directivos; con hambre de resultados, con ganas de agradar al aficionado, con la labor de sacar adelante una empresa al fin y al cabo, acaban tomando decisiones precipitadas, terminando proyectos de forma prematura sin pensar en el largo plazo. Muchas veces empezar de cero parece ser la mejor solución. En Mestalla, esta temporada, tampoco se ha visto a altos mandos dudar del entrenador. La directiva confiaba en Marcelino, en su staff y en la plantilla. Y lo hacían mucho más que la grada. Ésta muestra hacia el equipo fue determinante.
Por último, un equipo unido, capitaneado por un Dani Parejo en su mejor momento, no solo a nivel futbolístico, también como líder. Supo encontrarse por primera vez con la gran mayoría de los valencianistas, supo alentar a un vestuario alicaído y supo transmitir esas ganas de tirar el proyecto adelante al mundo. “Me niego a dar por perdida una temporada en enero... Eso no va conmigo ni con el espíritu de este equipo. Hay tiempo y muchas ganas de lograr los objetivos. Aquí no se rinde nadie. Yo creo en este equipo”. Estas palabras del de Coslada (en redes sociales) van a pasar a la historia del club como el punto de inflexión del Valencia del Centenario.
Un equipo que, desde el momento en que Parejo dio click en “Twitear”, empezó a cambiar la historia del club. No solo ya no peligraba la permanencia del club en primera división. Valencia olía a Europa. El conjunto de Marcelino escalaba posiciones sin cesar, jornada a jornada, hasta llegar a puestos de acceso a Europa League. Y en esa misma competición, se plantaban hasta semifinales. La presencia de los ches en Champions la temporada que viene pasaba de no existir a tener dos caminos. Y no solo eso. El Valencia era uno de los dos finalistas de la Copa del Rey.
Lo que parecía otra temporada de “Centenariazo”, palabra que rebosa ironía por todas partes, parecía que, gracias a la paciencia y a la confianza en un proyecto (dos elementos que parecían extintos en el fútbol moderno) podía terminar siendo un verdadero éxito.
Finalmente, no se pudo alcanzar la final de la Europa League. Pero, contra todo pronóstico, el equipo no se hundió y siguió firme hacia su objetivo. Pucela dictó sentencia: el Valencia volvía a ser equipo Champions. Y la última alegría que el club le debía a sus aficionados aguardaba en Sevilla. El Valencia se proclamaba, ante el Futbol Club Barcelona, campeón de Copa. Éste objetivo se fue fraguando con el paso de la temporada. Nadie, en su sano juicio pensaba en el Valencia como campeón de Copa en setiembre. Ese no era el objetivo pero ha acabado siendo el broche de oro a una temporada histórica.
De aquellos lodos, estos barros. El proyecto era a largo plazo y se ha demostrado. El equipo se ha sobrepuesto a todas las dificultades y dudas. Marcelino, Parejo y la directiva han demostrado que la paciencia y la confianza deben volver a los terrenos de juego. Porque, muchas veces, los resultados no son inmediatos. El camino siempre es más largo de lo que nuestra vista puede llegar a apreciar. Además de dejarnos muchas imágenes simbólicas, icónicas y para la historia, el Centenario del Valencia ha terminado con una muy buena imagen en Europa, con el principal objetivo de principio de temporada alcanzado y con su capitán alzando un trofeo.¿Que más se puede pedir, che?