Un galáctico en el exilio
6 de abril de 2004. Estadio Luis II. Vuelta de los cuartos de final de la Champions League. El Real Madrid de los galácticos visita al Mónaco con un 4-2, a su favor, como resultado de la ida. Lo que podía ser un partido trámite para el teórico mejor equipo del mundo se acabó convirtiendo en otro fracaso del proyecto en el que el verdugo fue un gran conocido de los merengues: Fernando Morientes. El delantero, cedido en el cuadro del Principado, estaba cuajando una temporada fantástica en la Ligue 1 y, en Champions League, el conjunto liderado por Didier Deschamps se estaba convirtiendo en una de las revelaciones del torneo. Lo que nadie sabía es que el paso definitivo para empezar a dar miedo en Europa estaba a punto de darse y que aquél dorsal 10 sería una pieza clave.
Parecían tiempos felices en el Real Madrid cuando un jugador de la talla de Morientes debía abandonar la entidad para dejar paso a uno de los mejores delanteros de la historia, Ronaldo Nazario, y a la esperanza de la cantera, de hecho, el máximo goleador hasta entonces de la historia de las categorías inferiores del club, Javier Portillo. La puerta de atrás se abrió para dejar salir a un jugador que lo había dado todo por el equipo. Todos los entrenadores que pasaron por aquel vestuario contaron con él. El que no lo hizo fue el proyecto. Los Galácticos. Los Zidanes y los Pavones. La ambición Florentino Pérez y su incansable afán de reunir a los mejores jugadores del mundo fue la principal causa del adiós de Morientes.
Un adiós, que pocos meses más tarde, se convirtió en un hasta pronto. El caprichoso sorteo emparejó a Real Madrid y Mónaco. Y, tras una ida en la que los goles de Ronaldo, Luis Figo, Zinedine Zidane e Iván Helguera acallaron el primer paso de Morientes hacia la eliminación de su ex equipo con un gol en su ex estadio, el jugador extremeño saltó al Luis II con ganas de hacer todo el ruido que no pudo hacer vestido de blanco. Y hablo de ruido, no de trabajo. 72 goles en 182 partidos, uno de ellos clave para levantar una Champions. Pese a ello, y de forma incomprensible, Morientes nunca entra en las listas de jugadores importantes en la historia del club de la capital. En 90 minutos el “Moro” fue capaz de convencer a toda la afición merengue de que merecía un puesto en aquél Real Madrid.
Parecían tiempos felices en el Real Madrid cuando un jugador de la talla de Morientes debía abandonar la entidad para dejar paso a uno de los mejores delanteros de la historia, Ronaldo Nazario, y a la esperanza de la cantera, de hecho, el máximo goleador hasta entonces de la historia de las categorías inferiores del club, Javier Portillo. La puerta de atrás se abrió para dejar salir a un jugador que lo había dado todo por el equipo. Todos los entrenadores que pasaron por aquel vestuario contaron con él. El que no lo hizo fue el proyecto. Los Galácticos. Los Zidanes y los Pavones. La ambición Florentino Pérez y su incansable afán de reunir a los mejores jugadores del mundo fue la principal causa del adiós de Morientes.
Un adiós, que pocos meses más tarde, se convirtió en un hasta pronto. El caprichoso sorteo emparejó a Real Madrid y Mónaco. Y, tras una ida en la que los goles de Ronaldo, Luis Figo, Zinedine Zidane e Iván Helguera acallaron el primer paso de Morientes hacia la eliminación de su ex equipo con un gol en su ex estadio, el jugador extremeño saltó al Luis II con ganas de hacer todo el ruido que no pudo hacer vestido de blanco. Y hablo de ruido, no de trabajo. 72 goles en 182 partidos, uno de ellos clave para levantar una Champions. Pese a ello, y de forma incomprensible, Morientes nunca entra en las listas de jugadores importantes en la historia del club de la capital. En 90 minutos el “Moro” fue capaz de convencer a toda la afición merengue de que merecía un puesto en aquél Real Madrid.
Todo empezaba bien para los visitantes que, además de la ventaja que traían de casa, se adelantaban con un gol de Raúl. La eliminatoria parecía cerrada. Pero en aquél momento, Morientes recordó aquello que tantos años había escuchado: “Hasta el final…”. Y decidió cambiar la historia. Empezaba la exhibición del “Moro” y su pandilla. En el primero, que significaba el empate, Evra buscó la cabeza del extremeño (y que cabeza tenía), que de maravilla, dejaba de cara para el remate de primeras desde el vértice del área de Ludovic Giuly. Se sobrevolaba el descuento de la primera parte. Lo que se le llama gol psicológico. Y funcionó porque nada más empezar la segunda parte, jugada calcada pero esta vez Morientes decide rematar a puerta y lo hace con un salto temporizado a la perfección, con un giro de cabeza extraordinario y poniendo el balón, sutil y elegantemente, a la escuadra de Iker Casillas. Morientes sabía que estaba haciendo historia y celebró el gol. Parecía decir: “Lo que os estáis perdiendo”.
Los Galácticos, los Zidanes y los Pavones, aquel proyecto de Florentino Pérez se estaba hundiendo en Mónaco. Al conjunto, entrenado por Carlos Queiroz, no le quedaban recursos. Se estaba viendo superado por un proyecto ambicioso deportivamente y que aspiraba a coronarse como rey de Europa aquella temporada. Y, la confirmación, vino de las manos (o mejor dicho, del tacón), de nuevo, de Giuly. El éxtasis invadía el terreno de juego y las gradas de un estadio Luis II que, después de albergar varias Supercopas de Europa, estaba preparado para ser escenario de unas semifinales de Champions League que les acabaría llevando a la final. Solo Mourinho y su Oporto fueron capaces de frenar el vuelo del Mónaco de Morientes.
Fernando Morientes. Eterno nueve, dorsal 10 en la espalda. De cuando a los nueves se les llamaba nueves. De cuando no eran, ni existían los falsos. Tan auténtico. Sin hacer ruido en casa. Salió de la puerta de atrás del Real Madrid para cerrar, a los Galácticos, la puerta del éxito.