Un murciélago con alas de Fénix
Lágrimas, sufrimiento y decepción con sabor a orgullo, con sabor a “preparaos”. Europa le debía una, o dos, a una afición que se estaba mal acostumbrando a codearse entre los más grandes del viejo continente. De entre las cenizas nacía el Valencia del doblete
24 de mayo de 2000. París se ponía guapa para recibir a dos equipos españoles en la última final europea del milenio. El Valencia novato en estas situaciones se enfrentaba a un Madrid que ya tenía en sus vitrina 7 orejonas. Eso fue determinante. Los blancos se impusieron 3-0 ante el conjunto che, al que le vino grande todo aquello: por juego, por planteamiento, por atrevimiento y, sobretodo, por confianza en sí mismo. El conjunto de Vicente Del Bosque aplastó a los de Héctor Cúper y los goles de Morientes, McManaman y Raúl solo reflejaron con números lo que se vio sobre el campo. Al Valencia se le escapó una oportunidad que parecía difícil volver a tener.
23 de mayo de 2001. San Siro acogía el momento más agridulce de la historia del Valencia. No pudo empezar mejor el encuentro ya que, a los 3 minutos, el Valencia se puso por delante con un gol de Mendieta desde los once metros. Una distancia desde la cual el 6 valencianista era letal. Pero tras una muy buena primera parte, a los 50 minutos de partido, la misma distancia, pero esta vez frente a Santi Cañizares, puso la igualada. Effemberg lanzaba y 1-1 en el marcador. El conjunto blanquinegro rozaba la orejona, pero esta cada vez parecía más lejos. Una prórroga agónica y, finalmente, los penaltis. Tras los lanzamientos desde la pena máxima (y nunca mejor dicho), el Valencia se convertía en un rey al que la tanda de penaltis le robó la corona. La imagen de Cañizares sin poder controlar las lágrimas consolado por Oliver Kahn, que pocos segundos antes le había privado de ser campeón de Europa, son la imagen de un Valencia con el corazón roto pero con las alas cogiendo el vuelo. El Valencia estaba dando los primeros pasos para convertirse en lo que un par de años más tarde conseguiría ser.
“Lo que no mata, engorda” dice a veces el refranero popular, pero para los auténticos guerreros. “Lo que no te mata te hace más fuerte” y, por suerte para su afición, el conjunto del Túria se cogió, cual clavo ardiendo a este segundo dicho. Un equipo que empezaba a dar miedo a toda Europa: Fiorentina, Girondins de Burdeos, Lyon, Olympiacos, Heerenveen, Lazio, Barça, Arsenal, Leeds, todos ellos, uno a uno, cayeron en las garras de los murciélagos de Mestalla. Pero lo cierto es que, la misma temporada en que asustaban por Europa, en liga finalizaron en un modesto 5º puesto. Hecho que les privaba de volver a llegar a esa ansiada final de la máxima competición europea para conformarse con la participación en la que sería su próxima alegría: la Copa de la UEFA. Tras un año de resaca a aquél equipo con experiencia europea (Cañizares, Ayala, Pellegrino, Carboni, Baraja,...) se les sumaba una hornada de jugadores jóvenes y calidad, pero con un factor en común: el hambre de éxito colectivo más allá de las individualidades. Se empezaba a crear el “Valencia del doblete”. En verano de 2001 Rafa Benítez llegó a la 'terreta' tras dos ascensos con el Extremadura (la temporada 97/98 y con el Tenerife la 00/01). Cogía las riendas de un Valencia cuyo vuelo empezaba a verse mermado con las dos finales perdidas. Octavos en la primera vuelta del campeonato y con una de sus mayores estrellas, Aimar, desubicado y fuera del once titular. Fueron varias las ocasiones en que el técnico salvó su propia cabeza durante la temporada. La más conocida, la remontada al Espanyol, en Montjuic en la que pasó del 2-0 al 2-3. Era el primer triunfo a domicilio de los ches aquella temporada y un punto de inflexión precedido de un cambio: Aimar por Salva Ballesta. El Valencia, con tres delanteros parecía otro equipo y, en la segunda parte se comió al Espanyol, que poco a poco se fue empequeñeciendo. Aquél fue el inicio, de verdad, del Valencia de Benítez. Pocos meses después, aquél equipo que deambuló por la media tabla, sin un rumbo claro y con todos sus componentes en entredicho, se proclamaba campeón de Liga superando, por siete puntos, al SuperDepor.
Un valenciano y un vallisoletano heredaron el centro del campo del Valencia CF. Equilibrio y calidad, apoyo para la defensa y enlace con el ataque, fuerza y elegancia… David Albelda y Rubén Baraja se convirtieron en el motor del Valencia. El amor por los colores, por el fútbol, por el triunfo y por aquel proyecto les igualaba pese a sus roles, tan distintos, pero tan complementarios. Ambos eran totalmente conscientes de sus virtudes y sus defectos, y sabían jugar con ello a la perfección ya que; de hecho, se puede decir que lo que le faltaba a uno, lo cubría el otro. El de la Pobla Llarga fue lo que se conoce como mediocentro defensivo pero más allá de posiciones, el 6 se movía por todo el campo sabiendo perfectamente, y en todo momento, donde le necesitaba el equipo cubriendo a compañeros, apoyando en tareas defensivas e incorporándose al ataque cuando era necesario. En definitiva, Albelda fue un privilegiado tácticamente y físicamente. Rubén Baraja era el 'tempo' y la dirección del juego. El Valencia bailaba al son de la música del “Pipo”, recibía y tocaba con una facilidad pasmosa. No se complicaba, hacia lo que tenía que hacer, cuando lo tenía que hacer y donde lo tenía que hacer. El 8 destacaba por hacer mejores a sus compañeros pero no cabe duda que quedará en la retina de toda la afición che por sus propios méritos.
Un valenciano y un vallisoletano heredaron el centro del campo del Valencia CF. Equilibrio y calidad, apoyo para la defensa y enlace con el ataque, fuerza y elegancia… David Albelda y Rubén Baraja se convirtieron en el motor del Valencia. El amor por los colores, por el fútbol, por el triunfo y por aquel proyecto les igualaba pese a sus roles, tan distintos, pero tan complementarios. Ambos eran totalmente conscientes de sus virtudes y sus defectos, y sabían jugar con ello a la perfección ya que; de hecho, se puede decir que lo que le faltaba a uno, lo cubría el otro. El de la Pobla Llarga fue lo que se conoce como mediocentro defensivo pero más allá de posiciones, el 6 se movía por todo el campo sabiendo perfectamente, y en todo momento, donde le necesitaba el equipo cubriendo a compañeros, apoyando en tareas defensivas e incorporándose al ataque cuando era necesario. En definitiva, Albelda fue un privilegiado tácticamente y físicamente. Rubén Baraja era el 'tempo' y la dirección del juego. El Valencia bailaba al son de la música del “Pipo”, recibía y tocaba con una facilidad pasmosa. No se complicaba, hacia lo que tenía que hacer, cuando lo tenía que hacer y donde lo tenía que hacer. El 8 destacaba por hacer mejores a sus compañeros pero no cabe duda que quedará en la retina de toda la afición che por sus propios méritos.
El 16 de julio de 1981 nació Vicente Rodríguez, el que llegó a ser mejor extremo izquierdo del mundo (y a lo que pudo haber llegado de no ser por las lesiones). Tras coger experiencia como profesional en el Levante, Vicente llegó al Valencia con 19 años. Él se convertiría en aquella chispa que, poco tiempo después, devolvería al Valencia al escalón que merecía. Con Kily González con muchos kilómetros recorridos por la banda izquierda de Mestalla y la llegada al ocaso de su carrera, El Punyal de Benicalap aprovechó la ocasión para establecerse en el once ya en la época Benítez. Verticalidad, desmarque, control, regate, buenos centros e, incluso, olfato goleador. Todo lo que reunía el joven talento ilusionaba al feudo valencianista; una ilusión que poco a poco se convertía en realidad y que poco a poco fue contagiando al resto de plantilla. El 14 fue determinante.
Tras el polémico “Caso Mista” y 23 goles marcados en Tenerife durante dos temporadas; Mista se incorpora a un Valencia con Carew, Juan Sánchez, Angulo y Salva Ballesta; delanteros que, pese a su buen rendimiento, no te aseguraban una cantidad de goles demasiado amplia. La titularidad del murciano no estaba, en absoluto, asegurada, pero como se ha visto ya varias veces en el mundo del fútbol, los delanteros viven de rachas y la de Mista para el Valencia del doblete fue esencial para la consecución de Liga y UEFA. 19 goles en el campeonato doméstico y 5 en Europa, muchos de ellos claves, fueron suficientes para llevar al conjunto che a tocar el cielo. Delantero asociativo, rápido y efectivo encajó perfectamente en el esquema y estilo que Rafa Benítez impuso en el equipo blanquinegro. Su presencia en el terreno fue determinante para que otros jugadores brillaran en ataque. Mista, más allá de un goleador fue un atacante que permitió que, en ataque, el Valencia del doblete, fuera letal.
Para plasmar el proceso me he permitido el lujo de nombrar los que, a mi parecer, sumaron y provocaron un cambio significativo, pero a la vez, de continuidad entre el Valencia de las finales de Champions y el Valencia del doblete. Sin embargo, si algo destacaba en aquel equipo era que los méritos se repartían entre todos. Un dato que lo refleja a la perfección son los goleadores de aquella 03/04: prácticamente todos los jugadores de campo marcaron un tanto en todas las competiciones que los ches disputaron. La experiencia de un equipo al que le vino grande su primera gran final europea y que se hizo mayor cosechando éxitos fue determinante. El conjunto che reunió en las cuatro paredes de su vestuario a talentos, expertos en hacer mejores a los que les rodeaban, contagiados de éxito y convencidos de que, codo a codo, serían capaces de hacer llegar a la cima del mundo del fútbol. La plantilla estaba construida para lo que finalmente fue.
El resto de la historia, todos la conocemos. El Valencia se alzó aquél año con el campeonato liguero y el segundo torneo más prestigioso a nivel continental. La temporada 2003/2004 fue la del Valencia. El Valencia fue el mejor equipo de Europa, y así lo reconoció la UEFA. La historia de un equipo al que el fútbol le debía una, o dos, al que el fútbol le quitó las alas y consiguió remontar el vuelo. La historia de cómo el Valencia que perdía 3-0 aquel 23 de mayo del 2000 se convirtió en el mejor equipo del mundo.